Hasta este mundial no he sido seguidora del fútbol femenino. Sí lo he sido del masculino: años de socia del Betis, y futbolera en general. Ayer, mientras veía a la selección levantar la copa de campeonas del mundo, me preguntaba a mí misma si no me estaba subiendo al carro cuando las cosas estaban yendo bien, habiendo mirado para otro lado cuando las jugadoras – las que estaban ayer y las que no – llevan años de lucha por la igualdad en este deporte.
Y no. Definitivamente no lo creo. Pasé mi infancia corriendo detrás de un balón. Pasaba las tardes jugando en mi patio o en la calle. Era la que daba más pataditas seguidas de mi clase. Al hacer los equipos me escogían de las primeras. Jugaba de ole, coño.
Mientras todo eso ocurría, me llamaban de todo (marimacho era lo que más se repetía). Y luego estaba LA frase: «qué bien juegas PARA SER UNA NIÑA».
Dejé de jugar.
Así que sí. Me emociono viendo a esta selección conseguir un sueño y que todo el país la acompañe en su alegría. Porque esto no va de fútbol; esto es algo mucho más grande. Esto es deporte femenino, es feminismo y es una oportunidad de oro para que nuestras niñas tengan referentes y sepan que ellas también pueden. Y tanto que pueden. Y, por supuesto, para que nuestros niños también sepan que nosotras también podemos.
PD: #rubialesdimision