Cuando alguien se marcha para siempre deja atrás todo. La familia, los amigos, el alma… y los zapatos.
No sé qué tienen los zapatos, pero cada vez que esto ha ocurrido me he quedado mirando algún par que ya no tiene dueño. Lo sé, son unos putos zapatos. ¿Pero qué hago si me duele verlos?
Siempre he pensado que dicen mucho de nosotros. Puede sonar cutre, pero jamás he podido fijarme en alguien cuyos zapatos no me gustasen.
Al igual que decimos aquello de «si las paredes hablasen…» podríamos decir también «si los zapatos hablasen…». Cada uno de los pares que tengo podrían contar más de una historia, historias que igual nunca he contado ni contaré jamás. Sitios donde han estado. Piedras que han encontrado por el camino. Baches del recorrido.
Esos zapatos huérfanos podrán ser heredados. Podrán calzar otros pies. Pero siempre guardarán la esencia de quien se fue.
Y no habrá vez que su nuevo dueño se los ponga sin acordarse del ausente, os lo aseguro.