«El verdadero dolor es inefable, nos deja sordos y mudos, está más allá de toda descripción y todo consuelo. El verdadero dolor es una ballena demasiado grande para poder ser arponeada.»
Rosa Montero, La ridícula idea de no volver a verte
Antes de que muriera mi padre no sabía lo que su ausencia implicaría. De hecho lo sigo descubriendo. Cuántos momentos perdidos. Cuántas conversaciones. Cuánta risa y cuánta pena no compartidas.
Los primeros años me perdí. Estaba rota y ni siquiera lo sabía. Por fin pedí ayuda, y pude poner mi pena en su sitio, darle forma y hablar de ella como parte de mí. Seguí, con la ausencia a cuestas pero siendo consciente de ella.
Me pasé la fase, que no el juego. Por resumir, primero te metes en un hoyo lleno de mierda. Y después consigues salir, pero llena de mierda. Finalmente llega el bonus: vuelven la alegría y el jolgorio, la tranquilidad, la risa. Pero ya no vives todo eso como antes de; ahora sientes de otra forma, porque te has convertido en alguien diferente.
La muerte de mi padre me trajo miedos, incertidumbre, precupaciones que antes no tenía. También me ayudó a relativizar, a no conceder importancia a muchas cosas, a apreciar detalles que antes pasaban desapercibidos para mí. Pero ojalá no hubiese aprendido todo eso tan pronto, o, al menos, no de esa manera tan perra.
Para mí, la orfandad es desarraigo. Es que te arranquen algo de dentro. Sin anestesia. Sin estar preparada. Porque nunca se está.Así que aquí sigo, preparándome, quince años después.