Él no lo sabe todavía. Pero vive en un mundo injusto. Un mundo donde dependiendo de tu sexo tendrás más o menos oportunidades.
No lo sabe. Pero siendo hombre lo tendrá más fácil en la vida. Más puertas abiertas, más libertad, menos coacción.
No sabe que su palabra valdrá más que la de una mujer. Una palabra buena o mala, verdadera o falsa, dulce o amarga, o dañina o sin esencia. Da igual, valdrá más.
No sabe que su carrera profesional no se verá afectada si tiene hijos. Que no tendrá que dar explicaciones si se ponen malos. Que no tendrá que irse del trabajo. Porque seguro hay alguien cuidando de ellos.
No sabe que no tendrá miedo de volver solo. Que no verá el peligro en el silencio de una calle oscura. Que no se asustará al sentir los pasos de una mujer tras él.
No sabe que no lo incomodarán mientras pasea. Que nadie lo molestará diciéndole qué piensa de su cuerpo. De su cara. De sus andares.
No sabe que el amor romántico es una herramienta. Una herramienta de violencia y control.
No sabe que él no será un histérico, ni un exagerado, ni «tendrá la regla».
No sabe que tendrá que pagar en las discotecas, porque no será un reclamo para el público.
Solo cuenta con dos años y medio. Y yo cuento con una oportunidad maravillosa de educar a un hombre en la igualdad. En el respeto. Una oportunidad maravillosa para que la palabra feminismo haga un poquito menos falta.