Mi reciente maternidad ha hecho que nacieran en mí sentimientos que desconocía. Y ya no hablo de lo que me produce mi hijo con solo mirarlo, que es algo indescriptible.
Con treinta años he entendido a mi madre. Sí, he tardado. Pero lo he logrado, aunque sé que aún me queda mucho por entender.
Ahora me importan más muchas cosas. Y menos otras tantas.
Comprender. Ser comprendida. Dar amor aunque haya momentos que no te quede.
Y, además, esta nueva vida me ha expuesto de forma brutal al machismo (porque sigue existiendo, por mucho que aquellos que nos denominan feminazis a las feministas defiendan la estúpida idea de que ya hay igualdad. Por cierto, odio esa palabra).
Me ha expuesto desde el minuto uno. Ya la semana que pasamos en el hospital me metieron de lleno en este nuevo (y odiado) mundo para mí. Quiero que quede claro que el personal fue maravilloso; creo que muchos no saben lo que tenemos gracias a los profesionales que trabajan en la Seguridad Social española. Una vez aclarado esto, comienza mi queja. Una queja que nace en el momento en el que un alto porcentaje de las personas que cuidaron del pequeño ser se dirige solamente a mí (estando el padre de la criatura a mi lado) cuando dan las explicaciones pertinentes:
Cuando TÚ lo laves…
Cuando TÚ lo cambies…
Cuando TÚ le des de comer…
¿Pero es que este hombre se ha vuelto invisible? El enfado se sumaba al miedo, al cansancio y a las hormonas. No te digo na’ y te lo digo to’.
Después llegamos a casa. Por suerte tenemos mucha gente a nuestro lado, que nos quiere, y que quieren al pequeño, quien con solo tres meses ha recibido más regalos que yo en toda mi vida. Qué barbaridad.
Pues aquí viene otra puntilla. Entiendo que la gente que viene «por mi parte» me dé el regalo a mí para que lo abra, o si en ese momento estoy yo sola. Pero es que la mayoría de la gente, venga de la parte que venga, me lo da a mí (estando el padre al lado) y me da a mí las explicaciones pertinentes, dando por hecho que yo soy la que se va a encargar de todo.
Y luego, puedo contar mil anécdotas a lo largo de este tiempo. Una de las últimas fue en una revisión; el padre estaba sujetando al pequeño en la camilla, con la doctora al lado. Yo estaba más alejada. Y, cuando acabó de explorarlo, ¿a quién le dijo que le pusiera el pañal? Adivina, adivinanza… Por supuesto no me callé (siempre se me dio regular…).
Se lo puso su padre.
Ya estoy hasta el moño de aguantar micromachismos (*aclaración para los que nos llaman feminazis: sí, se llaman así, y se producen cada día), y solo han pasado tres meses… No me quea na’.
Cuando estando embarazada me preguntaban si prefería niño o niña, siempre decía que me daba igual, que solo quería que estuviera todo bien. Pero os mentiría si no os dijera que ahora me alegro de que haya sido niño. Es muy triste, pero, socialmente, tiene muchas más papeletas de tener una vida más sencilla.
Fuck machismo.
No te queda nah Carmelita.
La invisibilidad del padre no es por tanto por machismo como por estadística.
Los tíos pasan (sí, uso tercera persona).
Ya llegarás a la sordera nocturna. A los grupos de WhatsApp del cole. A las entregas y recogidas de la guarde/cole. A las extraescolares, a a…
Y no lo digo por tu pareja que no conozco y supongo que no andarás con ningún machirulo mansplainer de la vida, si no porque te encontrarás con la pura estadística a la puerta del cole.
A tope Carmela.
Horreur. Ojalá los grupos de WhatsApp del cole no existan cuando este tenga edad escolar… ¡Mieo me da!