Llegas y te duele mirarla a los ojos.
Porque sabes qué tiene dentro. Sabes qué está pensando en ese instante y qué le queda por pensar. Qué le queda por llorar, por arrastrar esa nostalgia eterna imposible de asumir.
Pero un día aprenderá a convivir con ella. Aprenderá a recordar sonriendo, aunque a veces rebosen lágrimas de emoción.
Aprenderá a perdonar a la vida, porque un día sintió que la traicionó. A disfrutar. Disfrutar pese al desamparo de no sentir que está cerca.
El miedo acabará escapando. Porque las ganas de estar bien serán más fuertes.
Y porque, aunque ni tú ni yo creamos en el cielo, ellos tienen uno hecho por nosotras.
Uno de puta madre.